Amanecía con amnesia. La mesa afuera del balcón pleno de noche, alcohol y monólogos. Pocos cigarros no se fuma aquí. Alguien olvidó un celular. Dos vasos rotos. La música aún suena en la cabeza: "i want to hold your hand". Don Javier no se apareció todavía. No es un espíritu, pero lo sabe todo. Son las 6:12 de la mañana, tengo el resto del día para recordarlo todo, otra vez: ¿cómo hice para llegar a este elevador?
El niño pide alivio. La rodilla está expuesta, hay sangre en donde no debería y pedazos de calle en el cuerpo. Todo gira. Esta vez no pisó el freno y sencillamente voló de sus ojos la fugaz silueta de un pequeño persiguiendo el balón. Se fue. Acelera. Adelante, lo que hecho ha quedado varias calles atrás. Sigue. Fluye. No se detiene. El charco es rojo, parecido al aceite de un auto nuevo. Una vena rota, calle abierta y el auto fluye a través. Adiós niño, al diablo el conductor.
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