Tengo las manos llenas de aceitunas. En los ojos la memoria no me falla: hace un minuto se fue el año con sus esperanzas y varias lágrimas. Hace frío aquí dentro. Los cortes quirúrgicamente correctos me deslindaron de manos, pies y brazos. Justo en el momento en que tenía aceitunas para comer. Y todo para terminar en un refrigerador, mutilado. Mi lengua se la comieron los ratones. Dicen que estaba contagiado yo de algo. De vida.
El niño pide alivio. La rodilla está expuesta, hay sangre en donde no debería y pedazos de calle en el cuerpo. Todo gira. Esta vez no pisó el freno y sencillamente voló de sus ojos la fugaz silueta de un pequeño persiguiendo el balón. Se fue. Acelera. Adelante, lo que hecho ha quedado varias calles atrás. Sigue. Fluye. No se detiene. El charco es rojo, parecido al aceite de un auto nuevo. Una vena rota, calle abierta y el auto fluye a través. Adiós niño, al diablo el conductor.
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