Sin reproches, estamos, esta humedad, mis ideas y yo, tomando un café. En color a tu memoria. Recuerdo, según lo dicho, que por mucha emoción que tú me des, nunca nada se igualará al día de, cuando por fin pasó lo que tenía que pasar y sin ver, crecimos sin volvernos adultos y seguimos siendo a jugando a ser niños.
El niño pide alivio. La rodilla está expuesta, hay sangre en donde no debería y pedazos de calle en el cuerpo. Todo gira. Esta vez no pisó el freno y sencillamente voló de sus ojos la fugaz silueta de un pequeño persiguiendo el balón. Se fue. Acelera. Adelante, lo que hecho ha quedado varias calles atrás. Sigue. Fluye. No se detiene. El charco es rojo, parecido al aceite de un auto nuevo. Una vena rota, calle abierta y el auto fluye a través. Adiós niño, al diablo el conductor.
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