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Solo veneno de abeja

Solito, en el patio de la escuela. Está lloviendo, pero no se siente triste. Solo no está acompañado. Y ve la abeja, la molesta, le quitas sus alas. ¿Qué clase de karma estará pagando la abeja?. Algo malo habrá hecho en su otra vida... algo duele. Pisa a la abeja.

La presión interna hace estallar su colorido y ovalado cuerpo y se escucha un micro terrorífico estruendo de sus mini vísceras escapando en una plasta de miel, polen, partes de aguijón y la física aplicada por milímetro cúbico que se transforma en una manchita, una manchita singular en el patio de la escuela. Que se lleva el agua.

La cara se hincha. Pero el niño no llora por la abeja, ni llora porque está solo, llora por una señal eléctrica disparada desde su cerebro que le avisa del diminuto arpón que atravesó su epidermis para compartir su apitoxina en los tejidos, mismo que en otras cantidades le ayudaría a reducir el dolor por el reuma que tendrá en un futuro, pero que en este preciso instante, le provoca un efecto citotóxico que le induce a percibir un dolor tan grande como la mochila que carga. Pero es muy poco veneno, pero es mucho para el solito.

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Justo

El niño pide alivio. La rodilla está expuesta, hay sangre en donde no debería y pedazos de calle en el cuerpo. Todo gira. Esta vez no pisó el freno y sencillamente voló de sus ojos la fugaz silueta de un pequeño persiguiendo el balón. Se fue. Acelera. Adelante, lo que hecho ha quedado varias calles atrás. Sigue. Fluye. No se detiene. El charco es rojo, parecido al aceite de un auto nuevo. Una vena rota, calle abierta y el auto fluye a través. Adiós niño, al diablo el conductor.

La escuela

La tomas o la dejas. Con acento y sobre el renglón. Con receso y con hora de la salida. Con calificaciones y descalificaciones. Con vida y sin convidar. Con dos panes con mermelada de fresa y crema de cacahuate. Con maestros y sin ellos. Con permiso y la pinta. Condenados y no. Con memoria y con olvido. Con lo que fuimos y con lo que somos. Con lo aprendido y con lo que dejamos ir. 

Preguntas al azar, a ver qué te responde.

 ¿Qué es una estrella sino una simple idea? Pocos podemos abrir una conversación con una pregunta que no va a ninguna parte, y que, sin embargo, está en todas partes.  Imagino que grandes pensadores se han preguntado siempre lo mismo sobre todo lo que existe: ¿el porqué?. No sé si para qué, eso es también tan inútil como el qué, quién, cómo, o el cuándo; esas son preguntas para hacer historias, chismes, cuentos. El porqué es necesario y a la vez es irreal, es un puente extendido entre diversas ideas que disfrutan seguir entrelazadas sin que nadie las vea. El porqué es una estrella hecha de música y que emana luz. Tanto sonido se vuelve silencio y todo silencio encandila. La música no es una estrella, es un don para poder conversar escuchando. Conversar sin hablar, con el vaivén de sernos escuchados. Y de ahí venimos, somos y vamos. Entonces, ¿por qué la música?. Para conversar sería la respuesta a mi idea. Pero cada ser tiene una idea, que es única, que es válida y valiosa en sí y por