No pienses y deja que la ola te lleve. Pánico. No me importa lo que piensen, digan o hagan. Sin pensar, emocionados por el simple hecho de estar tan vivos, como idealizados. Pero si no somos nada más que una partícula del universo: un verso sucediendo, sudando, existiendo, muriendo, doliendo, gozando y volviendo a no sentir, a ser un pedacito del espacio infinito, coleccionable y flotante micro mineral sin homeostasis, enterrado y lleno de energía; que en su unidad más simple es eso y nada: una idea.
El niño pide alivio. La rodilla está expuesta, hay sangre en donde no debería y pedazos de calle en el cuerpo. Todo gira. Esta vez no pisó el freno y sencillamente voló de sus ojos la fugaz silueta de un pequeño persiguiendo el balón. Se fue. Acelera. Adelante, lo que hecho ha quedado varias calles atrás. Sigue. Fluye. No se detiene. El charco es rojo, parecido al aceite de un auto nuevo. Una vena rota, calle abierta y el auto fluye a través. Adiós niño, al diablo el conductor.
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