Se dispara entre estos dos muros aquella honestidad incipiente, mi continua comunicación indecisa con tus piernas eternas, pasos "bailosos", melodías transparentes que se vierten entre sí en turbias sonatas nocturnas, blanco de todas mis creencias, desvelo entretejido de letras, minutos, meses y esperas afuera que todavía no te toca.
El niño pide alivio. La rodilla está expuesta, hay sangre en donde no debería y pedazos de calle en el cuerpo. Todo gira. Esta vez no pisó el freno y sencillamente voló de sus ojos la fugaz silueta de un pequeño persiguiendo el balón. Se fue. Acelera. Adelante, lo que hecho ha quedado varias calles atrás. Sigue. Fluye. No se detiene. El charco es rojo, parecido al aceite de un auto nuevo. Una vena rota, calle abierta y el auto fluye a través. Adiós niño, al diablo el conductor.
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