Y dijo: adelantate, hazle un bien al mal, despídete de lo que creen, abre la trampa de cielo con una frase cursi, como tus pensamientos más inmundos, algo tácito y tajante como la mirada inaceptable que nace entre mis cejas, atraviesa la habitación, penetra el espejo y estalla en tu boca.
El niño pide alivio. La rodilla está expuesta, hay sangre en donde no debería y pedazos de calle en el cuerpo. Todo gira. Esta vez no pisó el freno y sencillamente voló de sus ojos la fugaz silueta de un pequeño persiguiendo el balón. Se fue. Acelera. Adelante, lo que hecho ha quedado varias calles atrás. Sigue. Fluye. No se detiene. El charco es rojo, parecido al aceite de un auto nuevo. Una vena rota, calle abierta y el auto fluye a través. Adiós niño, al diablo el conductor.
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